Al fin ha llegado el verano a Lima.
Aunque aún hay días que amanece gris, los días de sol y cielo azul se suceden, y la alegría regresa. Debo admitir que ahora los días nublados son de agradecer, ya que auguran una jornada fresca y una ciudad más caminable. Tanto esperar el verano y el sol… que cuando llega, el calor vuelve casi insoportable la Lima de a pie.
Y es que la Lima de a pie bien merecería un post para ella solita. Tantas zonas bonitas caminables y cuántas intransitables de verdad. Me pregunto a menudo cómo logran desplazarse las personas con movilidad reducida, o con silla de ruedas. Las largas y anchas avenidas tienen puentes peatonales repartidos en largos trechos, y sólo tienen escaleras. Las aceras o veredas, donde las hay, no tienen en su gran mayoría una zona de desnivel para poder deslizarse. Lo sé, lo sé, a nadie le gusta que alguien llegue a tu casa y te diga cómo deben ser las cosas, así que disculpen por favor los limeños, por hacer este tipo de observaciones nada positivas, pero sí constructivas… ¿O no?
Hablando de aceras o veredas, hace unos años (no sé cuántos) en algunos distritos y urbanizaciones decidieron que el estilo y normativa urbanística (si es que la hubo) debía ser como la norteamericana. Así que se construyeron casas y edificios con bonitos parterres y jardines, adornando la entrada hasta la calle. Pero… ¡ah!… sin aceras. Por eso abundan las calles en Lima donde el peatón comparte espacio (que no protagonismo) con los automóviles de cualquier tipo, tamaño y estilo de conducción. Este pequeño detalle me producía un gran estrés al principio, ahora sólo me produce estrés. Caminar con un niño de la mano por la calzada («Se denomina calzada a la parte de la calle o de la carretera destinada a la circulación de los vehículos», según wikipedia), por mucho que el niño siempre vaya por la parte exterior de la misma, y no por la que circulan los vehículos… es un estrés. Ya ni te cuento cuando el niño va creciendo y ya no quiere ir de la mano, sino trotando o haciendo equilibrios en los bordillos que limitan los parterres de los verdes o abandonados jardines.
Pero uno encuentra agua en el desierto, y de vez en cuando un buen samaritano, cansado de ver su verde jardín pisoteado por el constante transitar, pone piedras planas en línea recta a modo de caminito. Si tienes la suerte que tu zancada está emparejada a la distancia entre piedras, el transitar es agradable y mucho más agradecido, por no decir seguro.
Y otra cosa son los (bautizados por mi hijo y por mí) «rompe-zapatos». Unos parterres con doble función, embellecer y permitir a los autos acceder al estacionamiento. Son un enrejado de cemento en el que teóricamente debe crecer la hierba (césped, pasto,…) en los huecos. Pero es una trampa mortal para zapatos y ya no digo tacones. Y si la hierba no crece, que no suele crecer,… entonces pasa a ser «rompe-tobillos».
Debo confesar que esta defensora a ultranza de no pisar las zonas verdes y caminar civilizadamente sobre los lugares destinados al peatón, de camino al cole de mi hijo vamos atravesando las lindas praderas de los vecinos, incluso de aquellos que ponen alambres a la altura del tobillo para disuadir, a base de trompazos, al que ose pisar su-nuestra (de todos)-no-vereda-convertida-en-un-metro-más-de-jardín. Y cruzo siempre con mirada altiva, esperando que aparezca alguno de ellos para escuchar impávida su reproche, y poder así soltar mi perorata con respecto a la vereda. Pero será que intuyen que podrían no tener razón, porque hasta ahora nunca nadie me ha echado de su metro exterior de jardín.
Mis opiniones más críticas sobre Lima me hacen recordar la vida en pareja. Nos pasamos media vida queriéndolos cambiar, cuando en realidad la cosa pasa por agradecer que nos hagan de espejo y pongan en jaque lo que sí debemos cambiar en nostros mismos. Y entonces empieza el trabajo duro, claro. Lo que no quita hacer al otro partícipe de lo que nos molesta y/o hiere, manifestando nuestras necesidades. Menuda tarea titánica para aquellos que, como yo, anden en «construcción».
NECESITAMOS veredas transitables en Lima, por favor. Dicho está.
Eso sí, en el mismo lugar que tanto camino y reniego, la fortuna nos sonríe a los de a pie con unos amaneceres y atardeceres indescriptibles. No por su luz, sino por el trinar de cientos de pajarillos que se posan en un gran árbol en ésta, una de tantas calles sin acera, y que cantan como nunca he escuchado en mi vida. Es un verdadero placer pararse un ratito (en el tramo con acera) y escuchar… Parece mentira que en grandes ciudades como ésta aún pueda uno transportarse y sentir que el alma vibra llena de alegría.
Si además es tarde de verano y el cielo se tiñe de incomparables pinceladas cromáticas… sólo me queda hacer una respiración profunda y agradecer, rendida absolutamente a ese instante de felicidad que la Lima de a pie me trae.
Un feliç hivern Barcelona, un feliz verano Lima, una feliz eterna primavera Quito. Us estimo, os quiero.

«Rompe-zapatos»

Rompe-zapatos en lugar de vereda

«Metro exterior» de jardín

Al filo de lo imposible (Foto gentileza de Google)

Imagen habitual
No es pasión de madre, es sincero reconocimiento de los valores que se reflejan en todos tus escritos: Sensibilidad, observación, ternura y sobre todo poesía aunque sea en prosa.
Felicitats Eva, per quan una novela?
Petonets
mamá
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T’estimo molt, Mami.
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Me ha encantado tu descripción, pero me faltan fotos de esos parterres… :o)
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Querida Amor, adjunto fotos para que puedas conocer a los traicioneros block-grass. Un petonet.
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