Luces y sombras de Lima… o tal vez no

Hace cuatro meses que no escribo en este blog. Tal vez sea, de nuevo, por la intensidad de lo vivido.

Casi tres de estos cuatro meses los pasamos en Barcelona. En un periodo de nutrición física y afectiva, junto a la gente que queremos. Y aún así, quedaron personas por ver y cosas por hacer.

Es asombroso observar cómo cambian nuestras relaciones a medida que nosotros cambiamos. Cuántas conversaciones he mantenido con amigas, cuyo vínculo no sólo no lo ha deteriorado la distancia, sino al contrario, se ha vuelto más entrañable, si cabe. Cuántos momentos de absoluto placer observando la salida del sol junto a mi padre. O saboreando no ya la comida, sino el amor con que mi madre cocina. Regresar a Lima y ver a mi hijo tumbarse entusiasmado sobre la alfombra tejida por ella. Escuchar, asombrada, la locuacidad de mi sobrino de tres años.

Mil y una anécdotas contaría sobre esos días pasados en Barcelona (y Oporto). Pero siguen muy presentes los viajes en el tren, observando el sol sobre ese mar que tanto extraño. Un tren que recorre el litoral y cuyas vías corren paralelas a la playa. Con el secreto deseo de pedir a los demás pasajeros que levanten la vista de su móvil y miren lo que enmarcan las ventanas.

Pero de repente, en una súbita revelación, a punto de cumplir tres años en esta ciudad, me doy cuenta que mis amores por mi tierra y mi gente permanecen y se fortalecen, mientras que mis sentimientos hacia Lima toman un giro inesperado. Como el haber visto a alguien como amigo muchos años y un día descubrir que te has enamorado.

Con todo lo que no me gusta de Lima, todo lo que busco y no encuentro, lo que encuentro y no quiero, lo que me es ajeno,… de repente,  me doy cuenta que la quiero. Es así. Simple. Quiero esta tierra. Y la quiero tal cual. Y me doy cuenta que, lo que transforma mi percepción de esta ciudad no es una necesidad adaptativa, ni una ceguera temporal, no. Es el afecto. Más allá de mi capacidad de observación o mi derecho a opinar.

El afecto transforma nuestras percepciones. Es así. Y, por ende, nuestras relaciones. El cómo ha surgido este afecto, no lo sé todavía. Sí sé que ha sido un largo camino de mutuo conocimiento y descubrimiento. O el efecto colateral de un mayor autoconocimiento. Tal vez, las sombras limeñas no eran más que un reflejo de mis propias sombras.

En este viaje inciático que uno emprende, viaje o no, es fundamental conseguirse buenos compañeros. Yo he tenido el mejor durante los últimos trece años. Un maestro que ha reflejado  mis luces y mis sombras, así como yo las suyas.

…Exactamente igual que esta gran ciudad.

lima

Atardecer desde el Malecón. Miraflores.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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